El camino del centro

22 maig, 2020

Hace unos días el editor Eduard Voltas escribía que si el independentismo sigue por el camino que transita está más cerca de tocar el 34% de apoyo que el 55% entre los ciudadanos catalanes. La verdad es que superada más de la mitad de la legislatura que configuró el Parlament actual y después de la imposibilidad de aplicar buena parte de los acuerdos con el que se presentó a las elecciones, el independentismo tiene que actualizar sus estrategias para redefinir sus objetivos a corto, medio y largo plazo.

En este sentido algunos partidos independentistas, sobre todo aquellos vinculados con los movimientos tradicionales de la izquierda más moderada, apuestan por la conformación de un conglomerado de alianzas de distintos lugares del Estado para librar “la batalla de los pueblos y las clases populares de España”. Ésta es una salida legítima, pero con un recorrido corto puesto que ningún proceso de ninguna otra nación que forme parte del Estado español de hoy se puede comparar con el punto donde se encuentra el independentismo catalán en 2020, además de que para una mayoría de catalanes ésta no es una prioridad.

 

Otra salida es la protagonizada por independentistas de extrema izquierda que dibujan escenarios de futuro difíciles de conseguir si no es con una mayoría de los ciudadanos de Catalunya dispuestos a hacer colapsar el sistema político y económico catalán, escenario que afortunadamente no se produce. La hoja de ruta dibujada a menudo por la CUP, por ejemplo, no sólo cuenta con muy poco apoyo ciudadano en las elecciones, sino que además sus propuestas de desafío no se parecen en nada a sus acciones en las que siempre terminan por obedecer a aquellos a quien dicen no otorgar autoridad alguna.

Es desde esta fotografía general que debemos preguntarnos qué estrategia debemos construir el resto para poder generar nuevos escenarios políticos que no sólo nos permitan mantener los porcentajes actuales, sino que nos permitan ampliarlos. El independentismo creció durante los primeros años de la década pasada gracias, en parte, a un ejercicio de buen gobierno y la defensa de unas reivindicaciones que tenían mucho que ver con la vida de los ciudadanos. La independencia no era una cuestión de bandera, la independencia era la oportunidad de construir un estado del siglo XXI con unas nuevas prioridades y con una vocación descarada de mejorar la vida de los ciudadanos. Éste era el proyecto y a esto debemos regresar.

La experiencia de la independencia del Quebec nos cuenta que generacionalmente existe una brecha entre los adultos que votaron favorablemente en el referéndum sobre la independencia de la región el año 1995 y sus hijos y nietos millenials que empiezan a pensar que no vale la pena librar esta batalla. Los más jóvenes se centran en otras luchas de abasto global como el cambio climático, mejores salarios o la defensa del colectivo LGTBI. El proyecto de independencia del Quebec pasa por un mal momento justamente porque sus jóvenes creen que no es necesario defender un Estado nuevo para poder defender sus derechos y su cultura. Canadá terminó por conseguir romper esa asociación.

Por suerte o por desgracia, España no es Canadá y ahora que los jóvenes catalanes han podido ver gobernar a gobiernos de derechas, de izquierda y ahora de coalición con más izquierda es posible que vean las limitaciones y las consecuencias de seguir en España. Para mí éste es el discurso que debemos recuperar si no queremos que el proyecto de independencia fracase y nuestros hijos no entiendan absolutamente nada por lo que hemos estado luchando estos años. Buen gobierno, mejoras concretas para los catalanes y vinculación del proyecto catalán con las luchas globales es la clave para superar el 55%. Están los actores, nos falta la estrategia.

 

 

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