La vigencia de la empatía

26 març, 2020

 

En su ensayo ‘La obsolescencia del odio’, Günter Anders (1902-1992) presenta un diálogo ficticio entre un presidente, Traufe, y un filósofo, Pirrón. A lo largo del diálogo, Pirrón intenta convencer al presidente de que con la evolución de las batallas y la pérdida de la lucha cuerpo a cuerpo con el enemigo, sus hombres ya no necesitan odiar a aquellos a los que combaten. El filosofo defiende la idea de que el principal estímulo del que disponían los soldados cuando libraban batallas era el odio que sentían hacía sus rivales, pero que con los avances tecnológicos y la distancia con la que se libran las batallas ese odio ya no es necesario.

“No depende solamente de que luchan a gran distancia, sino también de que, en rigor, ya no luchan, pues ya no son soldados, sólo están trabajando” Con esta afirmación Pirrón intenta convencer al político de que lo que antes eran soldados ahora podemos llamarlo ‘trabajadores’ que aprietan un botón o que arman un plan para satisfacer las demandas de sus superiores, pero que con la pérdida del contacto entre soldados, y precisamente por esta razón, podemos prescindir del odio.

 

He intentado por activa y por pasiva desviar el centro de este artículo mensual del tema que ocupa desde hace ya semanas nuestros diarios, nuestras televisiones y nuestras (ahora ya poco habituales) conversaciones de ascensor. Lo he intentado, en primer lugar, como un reto personal para liberar la mente, aunque sea sólo por unos minutos, y en segundo lugar, para contribuir a generar un pequeño oasis temático que nos permita a todos convencernos de que la vida sigue y que podemos hacer compatible nuestro confinamiento con la aparición de nuevos debates.

 

He fracasado en ambos casos. Y es por eso que, a propósito de esta lectura de Anders, me propuse reflexionar sobre lo que significa trabajar, sobre las pasiones, los sentimientos y sobre la vocación de nuestros médicos. Si alguien viajando o viviendo fuera ha tenido la mala suerte de necesitar atención sanitaria fuera de nuestro país sabrá de lo preciado que es nuestro sistema universal de salud. Lo sabemos y así lo demuestran todos los ‘rankings’ de todas las organizaciones que dejan nuestra sanidad como una de las mejores del mundo. Pero esta situación crítica ha hecho aflorar algo que no era tan evidente a primera vista y que los ‘rankings’ no reflejan, la calidad humana de una inmensa mayoría de profesionales que se juegan su salud para protegernos al resto.

 

Superando los seiscientos muertos por día en España he visto médicos especialistas que se han ofrecido para responder de forma gratuita consultas de ciudadanos a través de Twitter, he visto profesionales que llevan semanas durmiendo separados de sus familiares al regresar a casa después de las duras jornadas en los centros hospitalarios y he visto voluntarios recogiendo baterías externas para poder cargar los teléfonos móviles de los enfermos aislados para que éstos puedan dar su último adiós desde la distancia a sus seres queridos.

 

Pirrón defiende que la distancia entre soldados/trabajadores convierte el odio en algo obsoleto, y creo que si algo nos está demostrando esta crisis es que la proximidad entre los profesionales del mundo sanitario y los enfermos es la vigencia de la empatía. Desde la tranquilidad de mi hogar y pensando en ellos sólo puedo afirmar que si los sentimientos son igual de modificables que las ideas, como apunta Anders, y en nuestra sociedad esta ganando terreno la empatía, es evidente que saldremos de aquí tocados, pero mejores de como entramos.

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