Un virus en la Casa Real

30 juliol, 2020

16Los distintos escándalos que persiguen a la monarquía española abren de nuevo y de forma inevitable el debate sobre Monarquía o República. A diferencia de lo que muchos partidarios de la izquierda afirman, ni las repúblicas son de izquierdas ni las monarquías de derechas, aunque así lo quieran dibujar los distintos partidos partidarios de la República. Ambos sistemas, si son democráticos, permiten a sus ciudadanos evolucionar y progresar si las políticas de sus gobiernos elegidos democráticamente lo favorecen. Hay ejemplos claros en todo el mundo de repúblicas donde uno no desearía vivir y reinos que son referentes de progreso y civismo.

La monarquía española es una anomalía europea fruto de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar después de la dictadura franquista. Los ciudadanos españoles avalaron la figura de Juan Carlos I puesto que se asociaba su figura a la restitución de la democracia. Pero con la llegada de la democracia no se perdieron algunas viejas costumbres de capitalismo clientelista poco homologables a las actitudes de otras monarquías europeas. Algunos años y muchos escándalos después, el rey Felipe VI tuvo que renunciar a la herencia de su padre y retirar su asignación fijada en los presupuestos de la Casa Real. Con este cortafuegos el rey Felipe VI ha intentado salvar a una institución que necesita ser regenerada si alguien quiere salvarla. Los safaris en Botsuana en plena crisis económica, las supuestas comisiones cobradas por Juan Carlos I, los discursos del nuevo rey sobre Catalunya en octubre de 2017 y los líos extramatrimoniales en una institución que basa su discurso básicamente en la tradición han dejado herida, me temo que de muerte, a la monarquía española.

El año pasado veíamos cómo distintos sondeos apuntaban por primera vez a un empate entre los ciudadanos partidarios de la Monarquía y aquellos partidarios de un modelo republicano. El apoyo popular de la institución ha tocado fondo y se aleja del amplio apoyo que tienen las otras monarquías europeas, todas ellas con un apoyo popular que ronda el 80%. Sólo la monarquía sueca se encuentra con unas cifras de apoyo similares a las nuestras, pero por una cuestión de un necesario relevo generacional lejos de los escándalos de corrupción a los que nos tiene acostumbrada la monarquía española.

La actitud del rey Felipe de intentar salvar la institución me parece de lo más comprensible. Lo que cuesta entender es la actitud de aquellos partidos partidarios de la Monarquía a la hora de proteger las supuestas irregularidades realizadas por los miembros de la Casa Real. A menudo digo que, como partidario de la democracia, del capitalismo social y de la independencia de Catalunya, soy más exigente con estas ideas que con otras que me son ajenas pues ésta es, desde mi punto de vista, la mejor manera de servirlas.

Me cuesta entender que alguien crea poder esconder de forma permanente unas actitudes impropias de una monarquía parlamentaria y que ayudan a proteger a sus autores incluso cuando esto compromete cada vez más a la institución y a toda la democracia. En las democracias avanzadas los ciudadanos sólo están dispuestos a renunciar a su capacidad de elegir un jefe de Estado si establecen un vínculo de confianza entre ellos y la institución monárquica, pero parece evidente que este no es el caso español.

 

 

 

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